“Mira mi niña, yo creo que va a ir poca gente así que anda no más… y si va harta no importa porque dime, ¿quién tiene el pelo tan bonito como tú? Oye, deberían darse con una piedra en el pecho de tenerte en uno de sus comerciales…” Y esta vez mi agente tenía razón: mi pelo es lindo. LINDO. Pero no ha sido gratuito, uno de mis fetiches es mi pelo: el shampoo en combinación perfecta con el acondicionador, crema para peinar una vez a la semana, masaje una vez cada dos meses (así no tenga que comer, pago el masaje) y todo para que, cada vez que voy a la peluquería, cuando el estilista me pregunte “oye, que bonito tu color ¿con qué te lo tinturas?” yo poder darme la satisfacción de responder “no, es mi color natural… jajaja”
Esa misma tarde busqué mi ropa más linda, arreglé con push up cada una de mis presas, puse un toque de spray casual en mi cabello y me dirigí al casting de shampoo. Comencé a caminar segura, como en cámara lenta: el sol lucía en el azul cielo, surcado por una bandada de hermosas aves y mi pelo brillaba y se movía al avanzar, así como mi falda de gasa liviana… ya me veía en el comercial diciendo “es cierto que es un poco más caro, pero mi cabello lo merece ¿no? Tan suave, tan brillante, como yo quiero, como él quiere”. Esta vez estaba perfecta y lo sabía. Llegué a la cabaña de los castings. Había a lo menos veinte muchachas esperando y me dio lo mismo, avancé con paso firme. Desde la entrada me llamó el gordito “disculpa!”. Giré la cabeza y mi pelo hizo un elegante movimiento girador también. Noté inmediatamente cómo las veinte quedaron prendadas de mi belleza capilar. “¿Dime?” le respondí al gordito. “¿Te quieres inscribir?” Le dije mi nombre y él me dio el número 32, pero ya iban en el 11. Me senté sonriente en una banca a esperar. A medida que iba entrando más gente al casting, yo noté que más de alguna me miró de reojo, algunas esbozaban sonrisas, a otras se le notaba algo de pesar, quizás, por sentirse perdedoras antes de tiempo, pensaba yo, incluso alguna le hizo algún pequeño comentario a alguna amiga por ahí. Hasta que llegó el momento. Entró el gordito y llamó “¡número 32!”. Me paré sexy y me acerqué al cuartito de casting. El gordo me preguntó “¿quieres ir a retocarte antes de entrar?” yo, agradeciendo su cortesía, porque claramente eso no era necesario, respondí “no gracias”, y él haciendo su labor insistió “¿segura?” y yo respondí que sí y ganadora me planté frente a la cámara para recibir instrucciones. Apenas lo hice noté cómo las miradas del camarógrafo y la productora se fijaron en mi cabeza y yo, como que no quiere la cosa, hice mover mi cabello para que lo admiraran aún más. En eso estaba cuando la productora, acercándose a mí, dijo curiosa “a ver… date vuelta” y tocándome preguntó “¿qué cresta teníh aquí?” al tiempo que sacaba una sustancia blanca y viscosa de mi nuca y la olía. “Princesa, tu pelo está lindo, pero todo cagado”. Me toqué rápido para verificar y de inmediato sentí que el piso se me movía, me acordé de la manga‘e pájaros en el puto cielo azul, de las miradas de las minas cuando llegué, del “¿quieres retocarte?” del guatón que inscribe y entendí todo. Sentí cómo mi cara se iba poniendo fucsia de vergüenza y quería salir, pero los pies no me respondían. “O sea, no te preocupíh negra, en serio, cero rollo… claro que no creo que podai hacer el casting igual, o sea, yo cacho que te lo teníh que lavar… bueno, pa’ la otra será” dijo la productora dando su estocada final. Más abochornada que nunca y sonriendo como monga para no llorar de plancha, salí diciendo “pa’la otra será, pa’ la otra será” y luego, a quien se me cruzó en la sala de espera y en el pasillo de entrada repetía “pa’ la otra será, pa’la otra será” hasta que salí del lugar. Llegué desarmada a la esquina. Miré un empolvado dentro de una pastelería, me imaginé comiéndomelo camino a mi casa y me gustó la idea, pero en mi chauchera sólo $180 y no los $350 que necesitaba. Miré el pastel en la vitrina, enfoque mi reflejo y miré mi cabeza cagada por primera vez: francamente no estaba como para casting… ni como para nada. Sentía cómo una lágrima estába a punto de caer por mi cara, cuando la vendedora del local salió a preguntarme que me pasaba, claro que no alcanzó a terminar cuando me vio la cabeza blanca y me dijo “pero si caca de pajarito no más, no se ponga tan triste que eso sale con cualquier jabón, hasta con OMO… venga pa’ dentro y le regalo alguna cosita”. Y así, comiendo mi empolvado de consuelo, me fui caminando hasta mi casa.
Esa misma tarde busqué mi ropa más linda, arreglé con push up cada una de mis presas, puse un toque de spray casual en mi cabello y me dirigí al casting de shampoo. Comencé a caminar segura, como en cámara lenta: el sol lucía en el azul cielo, surcado por una bandada de hermosas aves y mi pelo brillaba y se movía al avanzar, así como mi falda de gasa liviana… ya me veía en el comercial diciendo “es cierto que es un poco más caro, pero mi cabello lo merece ¿no? Tan suave, tan brillante, como yo quiero, como él quiere”. Esta vez estaba perfecta y lo sabía. Llegué a la cabaña de los castings. Había a lo menos veinte muchachas esperando y me dio lo mismo, avancé con paso firme. Desde la entrada me llamó el gordito “disculpa!”. Giré la cabeza y mi pelo hizo un elegante movimiento girador también. Noté inmediatamente cómo las veinte quedaron prendadas de mi belleza capilar. “¿Dime?” le respondí al gordito. “¿Te quieres inscribir?” Le dije mi nombre y él me dio el número 32, pero ya iban en el 11. Me senté sonriente en una banca a esperar. A medida que iba entrando más gente al casting, yo noté que más de alguna me miró de reojo, algunas esbozaban sonrisas, a otras se le notaba algo de pesar, quizás, por sentirse perdedoras antes de tiempo, pensaba yo, incluso alguna le hizo algún pequeño comentario a alguna amiga por ahí. Hasta que llegó el momento. Entró el gordito y llamó “¡número 32!”. Me paré sexy y me acerqué al cuartito de casting. El gordo me preguntó “¿quieres ir a retocarte antes de entrar?” yo, agradeciendo su cortesía, porque claramente eso no era necesario, respondí “no gracias”, y él haciendo su labor insistió “¿segura?” y yo respondí que sí y ganadora me planté frente a la cámara para recibir instrucciones. Apenas lo hice noté cómo las miradas del camarógrafo y la productora se fijaron en mi cabeza y yo, como que no quiere la cosa, hice mover mi cabello para que lo admiraran aún más. En eso estaba cuando la productora, acercándose a mí, dijo curiosa “a ver… date vuelta” y tocándome preguntó “¿qué cresta teníh aquí?” al tiempo que sacaba una sustancia blanca y viscosa de mi nuca y la olía. “Princesa, tu pelo está lindo, pero todo cagado”. Me toqué rápido para verificar y de inmediato sentí que el piso se me movía, me acordé de la manga‘e pájaros en el puto cielo azul, de las miradas de las minas cuando llegué, del “¿quieres retocarte?” del guatón que inscribe y entendí todo. Sentí cómo mi cara se iba poniendo fucsia de vergüenza y quería salir, pero los pies no me respondían. “O sea, no te preocupíh negra, en serio, cero rollo… claro que no creo que podai hacer el casting igual, o sea, yo cacho que te lo teníh que lavar… bueno, pa’ la otra será” dijo la productora dando su estocada final. Más abochornada que nunca y sonriendo como monga para no llorar de plancha, salí diciendo “pa’la otra será, pa’ la otra será” y luego, a quien se me cruzó en la sala de espera y en el pasillo de entrada repetía “pa’ la otra será, pa’la otra será” hasta que salí del lugar. Llegué desarmada a la esquina. Miré un empolvado dentro de una pastelería, me imaginé comiéndomelo camino a mi casa y me gustó la idea, pero en mi chauchera sólo $180 y no los $350 que necesitaba. Miré el pastel en la vitrina, enfoque mi reflejo y miré mi cabeza cagada por primera vez: francamente no estaba como para casting… ni como para nada. Sentía cómo una lágrima estába a punto de caer por mi cara, cuando la vendedora del local salió a preguntarme que me pasaba, claro que no alcanzó a terminar cuando me vio la cabeza blanca y me dijo “pero si caca de pajarito no más, no se ponga tan triste que eso sale con cualquier jabón, hasta con OMO… venga pa’ dentro y le regalo alguna cosita”. Y así, comiendo mi empolvado de consuelo, me fui caminando hasta mi casa.