Sunday, April 12, 2009

ASÍ QUE PINCHÉ...

“Así que pinché… pinché caradura”. Esa había sido la- frase, por supuesto acompañada de una pícara sonrisita de medio lado, durante un par de días después del casting oriental. Y ya era como impulsiva, me acompañaba en todo lo que hacía: estaba andando en bicicleta y sentía la necesidad de parar y decir “pinché…” con mi sonrisa antes de seguir andando. O estaba revolviendo una olla y con la cuchara de palo en la mano decía “pinché…” y seguía revolviendo. Al tercer día me estaba lavando los dientes y con mi sonrisa de pasta reflejada en el espejo dije “pinché…” y ahí mismo
la afirmación se transformó en pregunta “¿habré pinchado o me estaré pasando el rollo?” porque quizás el tipo de verdad pensó que había quedado medio tonta en manos de la chicoca esa y me fue a ver por pura humanidad…. En todo caso todo quedaría en nada porque al famoso pinche no le sabía ni el nombre, menos dónde trabajaba y era primera vez que lo veía en la cabañita de los casting, entonces quizás nunca me lo volvería a topar. ¿O sí? Y así, mirándome al espejo con la boca blanca de pasta de dientes, decidí que topármelo era el incentivo perfecto para ponerme en forma, como una actriz debe estar siempre, y por lo demás si me veía, mejor que me viera mina, aunque me estuviera pasando el rollo. Así que me preparé para salir a trotar: me puse mi buzo “Everest”, me hice su cola de caballo y planeé el recorrido: iría por el parque hasta plaza italia, chalalá, chalalá… unas quince a veinte cuadras más o menos, y salí del ascensor con toda mi energía. En la puerta del edificio di algunos saltos para calentar (después de todo ya había pasado un rato desde la última vez), estiré un poco el tronco y me lancé con todo. Al final de la primera cuadra comencé a respirar cortadito. Bajé la potencia para resistir. Al final de la segunda cuadra, la zapatilla me apretaba el empeine del pie derecho. Paré sin dejar de trotar y luego, con la respiración aún cortada, bajé a soltar un poco el cordón. Volví a subir y seguí rauda: ahora sí que me tiro hasta el final. El final de la tercera cuadra anduvo sin problemas, pero cuando estaba como en la mitad de la cuarta me empezó la típica puntada al ladito. Intenté hacerme la loca, elongar un poco la cintura como ula-ula y seguir, pero no engañaba a nadie: ya sudaba, aún respiraba cortito, cojeaba un poco por lo del empeine y la maldita puntada seguía sin compasión. Cinco minutos y diecisiete segundos después de salir, volví a entrar al edificio molida de cuerpo, humillada de alma y pateada en el suelo, además, por las palabras del conserje que muy liviano me dijo “chita que le duró poco la corría”. Ahora, ¿qué tiene de bueno esta experiencia? Que llegué a mi casa echa bolsa, me saqué la ropa y me metí a la ducha. Y la ducha de mi casa es bacán, como es edificio antiguo el agua caliente funciona con calderas y es una delicia. Y en eso estaba, con el pelo lleno de shampoo cuando oí que mi celular sonaba en la pieza. Al principio pensé que filo, que estaba en la ducha y filo no más, pero el teléfono de porquería siguió sonando y me vino ese síndrome que da cuando te decidiste a responder pero ya ha sonado mucho, entonces van a colgar en cualquier momento, pero no cuelgan, pero pueden colgar, así que me salí de la ducha rajada, me puse así no más la toalla y comencé a correr mojada, resbalosa y despavoridamente por el pasillo diciendo “¡¡ya voy, no corte!!” como si alguien me fuera a oír. Por supuesto que ya habían cortado cuando agarré el teléfono de encima de la mesita e intentando frenar, me fui de espalda al loro cual monito animado resbalando con un plátano. Tal cual. Inmóvil unos segundos, verifiqué y todo estaba en su lugar, inmensamente adolorido, pero en su lugar, menos la toalla que voló lejos. Empapada y en el suelo sentí como mi teléfono volvía a sonar en mi mano. “Aló?” atendí desde la catacumba, “¿Así que pinchaste?!” oí la voz de Camila al otro lado de la línea. “Sí galla – respondí pilucha, molida, pero con mi sonrisa de medio lado- pinché caradura”.

Thursday, March 26, 2009

DECIR QUE SI

Si hay algo de lo que estoy convencida es que para conseguir el trabajo que uno quiere a lo que te pregunten tienes que decir que sí. Aunque la respuesta verdadera sea no, uno dice que sí y después vemos cómo lo hacemos. Como cuando fui a pedir trabajo de garzona:
- ¿Tienes experiencia como garzona?
- ¡Sí!
- ¿Sabes acerca de vinos?
- ¡Por supuesto!
- ¿Hablas inglés?
- Mmmm… entiendo más que hablo… pero entiendo bastante!
- ¿Puedes darme el nombre de algunos restoranes para pedir referencias?
- Eeeeeee…. Es que mi experiencia no es en restoranes, es en banqueteras.
- Bueno, ese tipo de garzones va rotando siempre… habrá que confiar no más. Te vamos a dejar unos días a prueba.
Claro que de ahí en adelante hay que jugársela, ser vivo y aprender rápido. Y así se van consiguiendo cosas, por lo menos el trabajo de garzona lo conseguí, no sin antes dar vuelta una bandeja de pisco sour y responder yes toda la noche a unos alemanes que hablaban ingles peor que yo, si es que se puede.

De eso me acordé cuando leí un cartel que anunciaba un casting para una serie que exigía saber algo de defensa personal tipo karate y ojalá tener rasgos orientales. Llegué a mi casa y me miré al espejo. A pesar de que toda la vida me han dicho que tengo cara de paisana, justo ese día me encontré un aire, una onda entre Lucy Liu y la coreana de Lost. Me puse una blusa de tela brillante con el cuello subido, pero pensé que parecía repartidora de comida china, así que me la quité, me hice un maquillaje bien disimulado que rasgara un pelito mis no orientales ojos y partí al casting abierto para una serie de acción para la televisión.

Cuando llegué casi me devolví a mi casa: todo patronato estaba en el casting, pero pensé que si Merryl había hecho de italiana en los Puentes de Madison, ¿Por qué yo no podía hacer de china? Así que me inscribí (me tocaba después de Zhang Heng) y me senté a esperar caradura. Más o menos cuarenta minutos después me llamaron a hacer el casting. Había dos tipos dentro del cuarto, el de la cámara y el que te daba las instrucciones, como que dirigía. Entré y me puse en el espacio frente a la cámara. Los tipos levantaron la vista, me miraron, se miraron entre ellos y volvieron a mirarme. El que daba las instrucciones me dijo con mucho tacto, como sin querer ofender “pero tú tienes cara más como de… turquita, linda sí po, súper linda, pero más por ese lado de oriente yo encuentro…” a lo que yo respondí “wwwaaaaaa ¿en serio? desde chica todos me dicen china, china, pa cá y china pa allá…” “aaa… - respondió el tipo- oye… china, ¿sabes algo de artes marciales?” “¡claro! Cuando chica hice …-qué, qué, qué ¿cómo se llamaba lo que hacía mi hermano?!- judo, hice judo y fui cinturón… - di un color, dilo!- café” “¡¡café!! –respondió el de las instrucciones- o sea que eras seca”. Justo tenía que elegir el casi campeón mundial, no podía decir blanco o amarillo, es que qué sabía yo también, pensé en el más feo no más. En eso estaba cuando entró una flaca chica, con cola de caballo y a pata pelá que de inmediato me saludó y se puso en posición. Yo sonreí para el lado y subiendo una ceja pensé que menos mal, porque yo soy más o menos alta (más o menos) e igual tengo fuerza, creo que la suficiente como para defenderme bien de esta chicoca. Y así, con la ceja arriba, le copié la posición.
Bastaron de tres a cinco segundos para que la chicoca me tuviera en el suelo inmóvil. Yo, creyendo que había entendido más o menos por dónde podía ir la cosa, pregunté si podíamos intentarlo de nuevo. Esta vez la mina se ensañó: con un certero movimiento me sacó la ñoña y me dejó lona. De reojo alcancé a ver al de la cámara y al de las instrucciones que miraban todo con tal cara de comer limón que no me quedó más que, hacerme la cool y decir “es que era chica, entonces estoy fuera de training… pero como vieron sé recibir bien los golpes”. Cuando me paré vi, literal, pajaritos volando en mi cabeza. Traté de salir caminando lo más digna posible del lugar, pero no calculé bien y mi hombro chocó con el umbral de la puerta. Menos mal fue el hombro que pasa más piola y no mi nariz. Antes de salir de la cabañita el gordo de los números me detuvo diciéndome que el de las instrucciones me pedía que me sentara un minuto antes de irme. Qué humillación, me sentí última así que forzando una sonrisa le di las gracias y me fui de inmediato. Cuando me senté en el paradero de la esquina me di cuenta de lo molida que había quedado y me consolé a mi misma pensando que igual me había defendido. “Te defendiste cero” me dijo el de las instrucciones sentándose a mi lado y abriendo un chocolito. “Pero por valentía ganaste, eso sí… ¿quieres?” “no gracias – que plancha-” “debí traerte uno…oye – me dijo cambiando el tono a uno más tímido- quería saber si estabas bien” ¿Estaba pinchando?¡Sí, estaba pinchando! Hacía tanto tiempo que no pasaba que pensé que quizás me lo estaba imaginando, así que lo miré y tenía unos ojos tan bonitos! que tuve que dejar de mirarlo. “sí, bien” que tono tan monga, que- tono- tan- monga!! “Ya po – dijo él mirando para abajo- mmm… eso era” “Ya po –respondí yo” “Chau-dijo él parándose” “Chau- respondí” Y así nos dimos vuelta y cada uno se fue para su lado. Después pensé que debí decirle gracias.

YO ME TROPIEZO Y A VECES ME CAIGO

Yo me tropiezo y a veces me caigo. No sé si es un rasgo de mi personalidad, problemas a la vista, al oído… pero me tropiezo y a veces me caigo. Cuando iba al colegio me dijeron varias veces que era porque calzaba muy poco, porque no es que me tropiece con algo, sino que a veces como que se me acaba el suelo y me pego un trastabillón. Cuando era chica, chica, digamos tres o cuatro años, resultaba hasta simpático: me gustaba hacer shows a mis tíos y amigos de mis papás, entonces, en pleno explota explotamexpó se me enredaban las piernas y al suelo miéchica! ,con lo que los grandes, por supuesto, se paraban de sus asientos de inmediato diciendo “¡pachó!¡chi no pachó naaaaaada!” y me inundaban de fuertes aplausos de apoyo y coreaban la canción mientras mi mamá me recogía y me limpiaba el pelón de rodilla. Pero a medida que fui creciendo, lo tierno tendió a desaparecer y la preocupación de mis padres a aumentar, pues pensaban que de verdad quizás tenía algún problema de audición o algo así. Entonces, como a los 9 ó 10 años, comenzaron las visitas al otorrinolaringologo, las que duraron poco porque después de ciertos exámenes claves y un completo interrogatorio, hicieron el diagnóstico vigente hasta hoy: no miro por donde camino. Tal cual, de lesa no más es que me caigo. Y es que soy floja para calcular qué tan grande debe ser el paso o el espacio que hay para darlo, llego y lo doy no más. Además para qué mirar el suelo si es mucho más interesante lo que hay al frente o arriba… Pero eso no fue lo que pensé el primer día de mi colegio nuevo en sexto básico. Habían tocado la campana hacía unos minutos y yo estaba en mi sala del segundo piso guardando unos libros de castellano y ciencias naturales que acababa de comprar. Cuando salí de la sala me di cuenta de que ya todos estaban formados en el patio del primer piso y la escalera para bajar terminaba justo en el lugar donde el inspector hablaba por micrófono para ordenar a la gente y dar informaciones antes de pasar cada uno a su sala. Y ahí estaba yo, en el primer escalón, en el primer día de clases, en mi colegio nuevo y todo entrando en la edad del pavo. Y no tenía más alternativa que bajar esas escaleras y desembocar frente a todo el colegio formado: sin duda todas las miradas vendrían a mí, era el momento de perder…. o ganar. En un segundo armé mi estrategia: caminaría erguida, con los hombros hacia atrás, pero mi cabeza se inclinaría hacia el suelo para mirar los escalones, porque ni una sonrisa, ni una buena postura, nada serviría si de lesa llego al final de la escalera rodando. Y así lo hice: caminé con tiempo, intercalando mi mirada entre los escalones y el horizonte y, a pesar de que mi concentración no me permitía enfocar a ni uno de los formados, sentía cómo las miradas se fijaban en mí y quién sabe, quizás me admiraban. Quedan siete escalones y sigo concentrada, bien. Quedan tres escalones y ni un trastabillón. Llegué a puerto. Estoy al lado del inspector, todo el colegio me mira y me siento la diva del primer día de clases. Y todo por mirar por dónde camino. Busco con la mirada dónde está formado mi curso para tomar mi lugar en la fila, y apenas lo encuentro me dirijo hacia ellos mirando el suelo por donde voy. Iba en el cuarto o quinto paso cuando el fierro de donde cuelga la campana se me atraviesa y me pego cabezazo más sonoro en la historia del establecimiento. Subo la cabeza y, claro, todo el colegio nuevo me mira. Intento huir rápido, escabullirme entre la gente de mi curso, pero antes de lograrlo el inspector, micrófono en mano, me toma del brazo y antes de decirme nada suena mi voz por los parlantes diciendo “¡choqué!”… No puedo creer que haya dicho eso, si iba tan bien! Apenas me oí tan ñoña, tan no-diva, sentí la necesidad de arreglar lo sucedido, por lo que agregué con mi mejor sonrisa de nerd “¡pero ni me dolió!”, con lo que el colegio, finalmente, estalló en carcajadas y me dedicaron sendas imitaciones de focas. Cuando finalmente llegué a mi fila todos me miraban como bicho raro y oí el “choqué” cada vez que alguien pasaba al lado mío hasta las vacaciones de invierno. Gracias a Dios por las vacaciones de invierno.

Monday, January 19, 2009

PRIMERA VEZ

He estado pensando y creo que parte de las pegas se deben conseguir por amiguismo. O sea, algo de talento habrá, pero el amiguismo debe tener algo que ver. Y yo soy más bien corta de genio. Va más allá de mí: no sé cómo acercarme a las personas, las amigas que tengo lo son porque ellas decidieron serlo y menos mal, sino sería una ermitaña. Por ejemplo, recuerdo a la que ahora es una de mis entrañables. Nos conocimos haciendo promoción vestidas de bistec afuera de una carnicería. Estuvimos siete horas y por supuesto que conversamos, trivialidades pero conversamos, si tampoco soy muda. Al final de la jornada me pidió el teléfono y yo se lo di pensando que nunca en la vida me iba a llamar. Al otro día me llamó y me pidió mi dirección porque andaba cerca, yo de pura lesa, le di una dirección mula, es que de qué íbamos a hablar, los silencios incómodos me matan, qué hago, que nervio! Al tiro pensé que no podía ser tan pava y la fui a encontrar a la esquina diciendo que me había equivocado. Ese día comimos, tomamos y como ya era tarde en la noche se quedó a dormir. Al otro día tomamos desayuno y ella tenía que hacer unos trámites lateros en el centro y me pidió que la acompañara. A mí me extrañó su confianza conmigo, pero la acompañé y al final de ese día ya éramos como amigas viejas. Lo mismo pasó con Camila, mi amiga de casting, un día vino y me habló. Yo había querido hablarle a ella o a otras personas antes, porque siempre somos los mismos y a veces las esperas son de varias horas… y ellos sí hablan entre ellos. Alguna vez intenté acercarme para integrarme a una conversación para matar el tiempo, pero apenas me paraba del asiento, me venía un vacío de nervio en le pecho que me hacía retroceder de inmediato. Lo realmente fome era cuando me paraba del asiento, no lograba acercarme y cuando quería sentarme otra vez el famoso asiento ya lo estaba ocupando alguien más. Es que siempre los asientos son menos que el número de gente que espera y están pegados a los muros, entonces quedarse sola y parada al medio de los sentados que te miran raro es como para no intentarlo por lo menos en unos tres castings más. En cambio Camila no: ella es sociable. Siempre que llego ella ya está conversando con una o más personas, a veces que acaba de conocer y que no les sabe ni el nombre, pero hablan como si fueran amigos de chicos. Seca, nunca se aburre. Y así estaba ella, conversando cuando llegué al casting del comercial de la pasta de dientes. Apenas me vio me vino a saludar y me contó que estaba con unos gallos súper simpáticos, uno era “dire-foto”, aunque nunca había dirigido nada además de su egreso y ahora iba a reemplazar al camarógrafo del casting, y el otro era guionista. Bueno, estaba en un taller de guión. Camila quiso presentármelos y al principio dije que no porque me daba plancha, pero cuando ella insistió fue cuando pensé en eso de que algunas pegas se consiguen por amiguismo y me dije que claro, ellos no han dirigido ni escrito nada AÚN, pero en algún momento lo van a hacer y cuando eso ocurra van a necesitar actores para hacer sus proyectos… entonces tomé aire y fui con ella. Las cosas se dieron fáciles, ellos eran muy amables, me preguntaron qué había hecho y yo les conté del comercial del banco. Y así estábamos, todo buena onda cuando nos invitaron a seguir conversando “allá atrás” con la ceja levantada. Entonces Camila me miró y me preguntó si yo iba “alla atrás” con su ceja levantada. Y yo, que no tenía idea qué era eso pero que ya me sentía lo máximo con amigos nuevos y casi protagonista de su próximo largometraje le respondí “Vamos pa’ atrás po”. Y fuimos. Una vez parados en el cochino patio de atrás de la cabaña de los castings, no habíamos dicho ni tres palabras cuando el guionista sacó un pito y lo prendió jactándose de su cosecha casera. Fumó el dire-foto, fumó Camila y me llegó a mí. No sabía qué hacer, yo nunca había tenido un pito en la mano y hasta la palabra marihuana me sonaba a noticiario central. En un segundo pensé que esa no era la manera, que no podía dejarme vencer por esta droga… y de inmediato pensé que en realidad sí podía y fumé. Bastante. Y no me atoré de hecho nadie se dio cuenta de que fue mi primera vez. Antes de volver a “adelante” el guionista nos prestó gotas para los ojos y estaba pasando más o menos piola cuando oí al gordito de los números decir el mío. Crucé a la sala de casting, saludé y me dieron las instrucciones: “Vos bailás de espalda a la cámara como si estuvieras en una disco y a mi seña vos volteás, sonreís y decís “vas a tener los dientes tan blancos como… los dientes blancos”” y a mí me bajó un ataque de risa…carcajadas y carcajadas mientras repetía “como los dientes blancos” y seguía riendo. Hice el casting. Desbocada de risa, pero lo hice. Y creo que fue el mejor casting que he hecho hasta hoy, por lo menos en le que mejor lo he pasado. A la salida Camila y yo nos fuimos a comer un helado. En realidad tres.

Tuesday, October 24, 2006

Mi cabello lo merece ¿no?

“Mira mi niña, yo creo que va a ir poca gente así que anda no más… y si va harta no importa porque dime, ¿quién tiene el pelo tan bonito como tú? Oye, deberían darse con una piedra en el pecho de tenerte en uno de sus comerciales…” Y esta vez mi agente tenía razón: mi pelo es lindo. LINDO. Pero no ha sido gratuito, uno de mis fetiches es mi pelo: el shampoo en combinación perfecta con el acondicionador, crema para peinar una vez a la semana, masaje una vez cada dos meses (así no tenga que comer, pago el masaje) y todo para que, cada vez que voy a la peluquería, cuando el estilista me pregunte “oye, que bonito tu color ¿con qué te lo tinturas?” yo poder darme la satisfacción de responder “no, es mi color natural… jajaja”
Esa misma tarde busqué mi ropa más linda, arreglé con push up cada una de mis presas, puse un toque de spray casual en mi cabello y me dirigí al casting de shampoo. Comencé a caminar segura, como en cámara lenta: el sol lucía en el azul cielo, surcado por una bandada de hermosas aves y mi pelo brillaba y se movía al avanzar, así como mi falda de gasa liviana… ya me veía en el comercial diciendo “es cierto que es un poco más caro, pero mi cabello lo merece ¿no? Tan suave, tan brillante, como yo quiero, como él quiere”. Esta vez estaba perfecta y lo sabía. Llegué a la cabaña de los castings. Había a lo menos veinte muchachas esperando y me dio lo mismo, avancé con paso firme. Desde la entrada me llamó el gordito “disculpa!”. Giré la cabeza y mi pelo hizo un elegante movimiento girador también. Noté inmediatamente cómo las veinte quedaron prendadas de mi belleza capilar. “¿Dime?” le respondí al gordito. “¿Te quieres inscribir?” Le dije mi nombre y él me dio el número 32, pero ya iban en el 11. Me senté sonriente en una banca a esperar. A medida que iba entrando más gente al casting, yo noté que más de alguna me miró de reojo, algunas esbozaban sonrisas, a otras se le notaba algo de pesar, quizás, por sentirse perdedoras antes de tiempo, pensaba yo, incluso alguna le hizo algún pequeño comentario a alguna amiga por ahí. Hasta que llegó el momento. Entró el gordito y llamó “¡número 32!”. Me paré sexy y me acerqué al cuartito de casting. El gordo me preguntó “¿quieres ir a retocarte antes de entrar?” yo, agradeciendo su cortesía, porque claramente eso no era necesario, respondí “no gracias”, y él haciendo su labor insistió “¿segura?” y yo respondí que sí y ganadora me planté frente a la cámara para recibir instrucciones. Apenas lo hice noté cómo las miradas del camarógrafo y la productora se fijaron en mi cabeza y yo, como que no quiere la cosa, hice mover mi cabello para que lo admiraran aún más. En eso estaba cuando la productora, acercándose a mí, dijo curiosa “a ver… date vuelta” y tocándome preguntó “¿qué cresta teníh aquí?” al tiempo que sacaba una sustancia blanca y viscosa de mi nuca y la olía. “Princesa, tu pelo está lindo, pero todo cagado”. Me toqué rápido para verificar y de inmediato sentí que el piso se me movía, me acordé de la manga‘e pájaros en el puto cielo azul, de las miradas de las minas cuando llegué, del “¿quieres retocarte?” del guatón que inscribe y entendí todo. Sentí cómo mi cara se iba poniendo fucsia de vergüenza y quería salir, pero los pies no me respondían. “O sea, no te preocupíh negra, en serio, cero rollo… claro que no creo que podai hacer el casting igual, o sea, yo cacho que te lo teníh que lavar… bueno, pa’ la otra será” dijo la productora dando su estocada final. Más abochornada que nunca y sonriendo como monga para no llorar de plancha, salí diciendo “pa’la otra será, pa’ la otra será” y luego, a quien se me cruzó en la sala de espera y en el pasillo de entrada repetía “pa’ la otra será, pa’la otra será” hasta que salí del lugar. Llegué desarmada a la esquina. Miré un empolvado dentro de una pastelería, me imaginé comiéndomelo camino a mi casa y me gustó la idea, pero en mi chauchera sólo $180 y no los $350 que necesitaba. Miré el pastel en la vitrina, enfoque mi reflejo y miré mi cabeza cagada por primera vez: francamente no estaba como para casting… ni como para nada. Sentía cómo una lágrima estába a punto de caer por mi cara, cuando la vendedora del local salió a preguntarme que me pasaba, claro que no alcanzó a terminar cuando me vio la cabeza blanca y me dijo “pero si caca de pajarito no más, no se ponga tan triste que eso sale con cualquier jabón, hasta con OMO… venga pa’ dentro y le regalo alguna cosita”. Y así, comiendo mi empolvado de consuelo, me fui caminando hasta mi casa.

Tuesday, June 13, 2006

"Agu"

El tener platita en el bolsillo me inspiró para faltar al restauran por un par de semanas y liberarme de la escalofriante presencia de la macabra Lily por un tiempo. Además el que mi nuca estuviera de cuatro a siete veces al día en tv abierta me había devuelto la esperanza de hacer algo con mi carrera, entonces decidí llamar a mi agente para que volviera informarme de los distintos castings locales. Fue así como llegué a un casting de pasta dental “que va a estar bien fácil mi niña, porque pidieron sólo actrices, medio día no más de filmación… ay, que bueno que me llamaste! porque como tú ya hiciste un comercial, ya saben que trabajas bien…¿viste? Se lanzó tu carrera!”.
Hacía 25 minutos que estaba sentada esperando a que un gordito que caminaba rajado de un lado a otro con un cuaderno en la mano parara para poder inscribirme, cuando llegó Camila, mi nueva amiga de casting, quien se sentó a mi lado y comenzó a contarme como si hubiéramos llegado juntas, como si nos conociéramos de toda la vida que igual le daba cosa inscribirse, que era primera vez que le tocaba hacer algo como esto en un casting, o sea, en una producción sí, pero en un casting, no. Le pregunté de qué diablos hablaba y dijo “¿no te contó tu agente? Es un casting de actuación y de besos, por eso es tanta plata, te tienes que poner de acuerdo con uno de los actores que llegue para decir un diálogo y al final besarse” Mi primer instinto, antes de pensar si quería hacerlo o no, fue tirar aliento a mi mano y olerlo de inmediato con la nariz. Gracias a Dios no estaba mal. “¿tú lo vas a hacer?” le pregunté a Camila buscando respuesta para mí. “¿sabíh que más? – contestó- si llega un minoco güeno sí, sino, ni cagando… a propósito de cagando, ¿anda con churrete este guatón que va tan apurado?” dijo mientras se plantaba en medio del camino del gordito parándolo en seco. “¡Oye apurado! Inscríbenos” el gordo intentó esquivarla pero Camila ganó: “tu nombre y el de tu amiga… rápido porfa… ya, son el 63 y 64” nos dijo cuando ya estaba caminando rajado de vuelta, con diez personas atrás alegando por qué no los inscribía a ellos también. “Si no hago eso, es decir que estamos esperando para siempre al guatón cul… uuuuuuh, ahí llegó mi pareja”. Miramos a la puerta y ahí estaba: nuestro besador. Alto, trigueño, sonrisa de medio lado y… “oye Agu, vas a tener que hacerlo con dos chicas porque han venido pocos hombres hoy” decía el gordo casi al mismo tiempo que Camila y yo saltábamos de nuestros asientos “¡¡Nosotras!!” Agu se nos acercó canchero, seductor, argentino, nos saludó de beso a cada una y le dijo al gordo “Sí, con ellas” a lo que él respondió “como quieras” antes de seguir con el churrete. Mientras esperábamos, Agu nos contó que era modelo hacia varios años, pero que quería ser actor, para eso llevaba un año con un profesor particular de voz y canto, estudiaba actuación, movimiento e historia del teatro. No estudiaba más porque debía dejar tiempo para trabajar y mandar plata a su madre, “porque cuando no se tiene mujer, lo más importante es la madre ¿no?” declaraciones con las cuales Camila y yo cruzamos miradas y suspiros. Aún no volvíamos del ensueño cuando Agu se levantó de su asiento para ir retocarse un poco pues quedaba poco para nuestro casting. Me miré en los espejos de la salita y le dije a Camila que si el churro Agu lo necesitaba, yo más y partí al baño a darme una manito de gato. Iba subiendo las escaleras, cuando me adelantó una muchacha, se me plantó al frente y me dijo “se ganaron a Agu las perras… vamos a ver” con cara de amenaza, y avanzó hasta encerrarse en el único baño desocupado que quedaba. Mientras esperaba en el pasillo, comencé a sentir un ruido extraño, algo como gutural, muy curioso. Identifique de dónde venía, me aseguré de que nadie me viera y pegue mi ojo a la pequeña ranurita que quedaba entre la puerta misma de ese baño y el muro. Me encontré con un espectáculo de terror. Agu, nuestro besador, el churro argentino, el más guapo, el más bondadoso, el más apetecido y peleado por todas, raspaba su garganta para soltar flema y tragársela y, no contento con eso, se escarbaba la nariz con un entusiasmo de niño de tres años, miraba su cerdo moco y se lo metía a la boca saboreando y diciendo “mmmm”. ¡¡¡¡¡DICIENDO “MMMMM”!!!!!!! Me dio tanto asco que tuve que dejar de ver. Me dio cosa, me dieron ganas de golpearle la puerta y gritarle “Agu, así no se comporta un actor!!” pero en lugar de eso me metí al baño de al lado que se acababa de desocupar, me miré al espejo y pensé en que quizás cuántas veces uno, sin saber, ha posado su higiénicos labios en bocas comemocos, o que no se han lavado los dientes en días, o que minutos antes han lamido otras va… ¡NO!, esta no sería una de esas veces, ¡¡NI CAGANDO!!. Salí corriendo del baño y bajé al primer piso a advertir a Camila. Cuando llegué abajo encontré a la de la escalera y a Camila peleando a Agu que se encontraba medio de las dos diciendo “pónganse de acuerdo ustedes, a mi me gustan las dos”, mientras que la de la escalera replicaba “sí Agu, pero yo beso mejor y además tengo el 59, te puedes ir antes de aquí” a lo que Camila respondía “no hagas el ridículo, Agu decidió apenas llegó, lo va a hacer conmigo – y mirándome agregó- y con ella” a lo que yo respondí, bajo la atónita mirada de Camila, que “gracias Agu, pero en realidad es una escena muy fuerte para mí así que no la voy a hacer” y de inmediato, mientras los tres seguían discutiendo, tome posición a espaldas de Agu y la de la escalera y frente a Camila y comencé a hacerle señas de todo tipo tratando de graficar lo que había visto en el segundo piso, a lo que ella me respondió, primero con disimulada extrañeza, y luego curiosidad, hasta que de pronto, una muchacha que estaba sentada en la parte de atrás y que había visto toda mi mímica, sacó un pañuelo de su cartera y se sonó sonoramente y con cara de “¿entendiste?”, con lo que mi amiga se dio por enterada de la situación y atinó a decir “en realidad, Agu, ella ya ha trabajado contigo antes… no sé… se tienen más confianza…”. La agarré del brazo y salimos del lugar. Esa noche, en un bar amigo, Camila y yo vimos entrar a la de la escalera y venir directamente hacia nosotros. Se nos paró al frente con la misma mirada amenazante de antes y nos dijo “estuvo delicioso” a lo que respondí “no me cabe ninguna duda”.

Wednesday, March 29, 2006

Nuevos Créditos de Consumo

Después del episodio del huevo duro no fui más a castings por un tiempo. Estaba demasiado avergonzada a pesar de que Camila, mi nueva amiga de casting, me había dejado claro que pasé piola. La vergüenza era más fuerte y decidí quedarme un tiempo “fuera de las cámaras” y dedicarme a mi oficio (no profesión) de mesera. Como mesera me sentía bien, ahí tenía buenas amigas, todas estudiantes o recién tituladas, era una pega con horario cómodo, pues entraba a trabajar a las 7 de la tarde, lo que me dejaba el día libre para otras cosas, podía pedir reemplazos cuando fuera necesario y, además, me ganaba mis luquitas. Lo único malo era la dueña. Una pelotuda… tenía como 312 años, pero representaba 68 y se creía de 25: cara de turca-judía, piel morena y pelo bien rubio a lo Linda Evans, pero con el peinado de Tina Turner en el 86, usaba el último modelo de sostén “push down” y sus pantalones de cuero negro incluían jocosas cintas rosadas en su parte inferior, pero cero poto en la superior. Se llamaba Lily y jodía. Jodia por todo Dios santo! Uno atendiendo sola a treinta tipos y ella sentada en una mesa: mijita, anda a subir la luz que está muy baja…, mijita, bájala no más de vuelta que estaba mejor antes…, mijita, dile al barman que el vino en copa lo sirva medio centímetro sobre la guatita de la copa…, mijita mijita!! ven, ven no más, después yo le digo…, mijita, ¿sabes? Dile tú mejor altiro, para que sepa… vieja de la conchesu#&”=%##. Y en eso estaba, explicándole al barman sobre el medio centímetro de la guatita de la copa, cuando vibró mi celular en el bolsillo de mi mandil, me escondí rápidamente detrás de la barra para que la vieja de mierda no me fuera a pillar y respondí. Era mi agente. Le dije de inmediato que no quería castings esta semana, pero ella me interrumpió diciendo que el comercial de este banco era sin casting, que me podía presentar por archivo, o sea, mostrando el video de algún casting anterior… ya po, pensé, total no hay nada que perder, así es que asentí y colgué para que la vieja me siguiera jodiendo. A la mañana siguiente me despertó el celular comunicándome el milagro. “Ya mi niña, quedaste en el comercial, así que hoy en la tarde tienes tu prueba de vestuario” Casi me caí de la cama de la impresión, no lo podía creer, el sueño de las 300 lucas por medio día de filmación se hacía realidad… epa! No son 300 mi niña, son 100 no más porque tu personaje es secundario, o sea, igual es súper importante pero no es el protagonista. Pero es vitrina mi niña, te va a ver todo el país y de aquí para a delante po, olvídate de los castings, ahora te van a llamar directo! … “llamar directo… llamar directo…” resonó como eco en mis oídos, sería algo que superaría con creces mis pronósticos. Apenas le colgué a mi agente volvió a sonar el teléfono: ¡¡era la vestuarista del comercial!!, quien me ves-ti-rí-a… no me aguanté y, la perna, le pregunté si habría alguien que me maquillaría también, a lo que ella, riendo, respondió, “y alguien que te peine también”. Tuve la tentación de preguntar por un trailer con mi nombre en la puerta, pero me contuve. Colgué el teléfono me vestí con mis correspondientes “push up” y “poto up” y me fui a la productora donde me encontré con la otra muchacha que también grabaría y, desde ahí, nos fuimos todos al lugar de locación para hacer el famoso comercial. Fue fabuloso, todos era muy amables conmigo, me ofrecían de comer, de tomar, me vistieron, peinaron, maquilaron, hicieron un poco de masaje, las luces me apuntaban y ellos medían la luz en mi rostro, una muchacha me sacaba fotografías, me sentía Julia Roberts, pensé que desde aquí mi carrera se iría al estrellato, me imaginaba caminando por la calle oyendo a la gente comentar susurrando “mira, es la niña del comercial del banco, que bien lo hacía”, hasta que oí “acción”. La otra muchacha y yo estábamos sentadas en una tomando café y yo le pregunté “cómo lo pasaste!?” con mi cara más expresiva y llena de entusiasmo (en el fondo, jugándomela a concho) y ella respondió “el viaje estuvo increíble, y el crédito lo puedo pagar en las cuotas que yo misma elegí” Lo hicimos varias veces y la vez final todo nos aplaudieron. Fue tan bueno que el día que lo iban a pasar por la tele reuní a mi familia y amigos para que lo viéramos juntos, les advertí que era el comienzo de mucho, que el director me tenía en vista para su próxima película y los agasajé con pisco sour y canapés de choclitos enanos y palmitos. El comercial salía justo a las 9 después de la teleserie y eran las 8:45 y estábamos todos, copa en mano, expectantes, y no faltó alguno que tiró el chiste por ahí que luego sería protagonista de la teleserie y no del comercial… jajajajaja. A las 8:58 comenzaron los créditos y luego el comercial. “Nuevos créditos de consumo, “el viaje estuvo increíble, y el crédito lo puedo pagar en las cuotas que yo misma elegí”… sin la pregunta inicial. Lo único que se vio de mi fue un pedazo de mi nuca. Hubo un silencio general. Silencio que se quebró cuando el mismo tallero dijo “¡igual es la nuca más famosa del país!”. Finalmente todo el mundo me dijo que daba lo mismo, que igual me habían pagado platita, que ya vendrían más oportunidades y todas esas cosas que a uno le dan lo mismo porque quería salir en la tele y ganarse 300 lucas y no mostrar la nuca por 100. Al otro día fui a buscar mi cheque. Obviamente, en la calle nadie me miraba. Pensé que quizás lo había hecho muy mal, que por eso lo habían cortado, después me di ánimo pensando que todo el mundo dice que en la tele el tiempo vale oro y que, seguramente, por una cuestión de tiempo tuvieron que cortar la pregunta y dejar sólo la explicación… y en eso estaba cuando llegué a donde la secretaria de la productora y me entregaron mi cheque: 600 lucas. ¡¡Pa más re cacha el cheque está malo!! Oye, le dije a la secretaria, este cheque está malo… “no me digai ná” me respondió, “que yo caché que estaba raro y lo fui a revisar, pregunté y todo, pero todos me dicen que está anotado que ese es tu cheque y el mes administrativo de acá está cerrado, así que llévatelo tranquila no más”. ¡¡¡¡600 LUCAS!!! ¡¡¡Que me importa que me muestren la nuca!!! Y en dos semanas no vi la cara de la dueña del restorán.

Friday, February 17, 2006

Hay olor a huevo duro!!!

Para qué vamos a venir con cosas: una engorda porque come. Parece lógico pero no lo es, porque haces memoria y concluyes que hace como tres meses que una come una vez al día, o come sólo ensaladas, o eliminó de cuajo las masas… y no entiendes. Entonces una va a la farmacia amiga, mete los $100 a la pesa y pesa un kilo más. Y es que esa semana que comí sólo tomate y atún, tipín miércoles el cuerpo como que me pidió que fuera al kiosco y me comprara unas bolitas Hershey´s y dos súper 8. Y resulta que el viernes me vino a ver mi hermana del campo y me trajo porotos granados hechos por mi mamá, y no le iba a ser el desaire… sobre todo si venían con sanguchitos de pan amasado con queso mantecoso, pensé. Y era el lunes de la semana siguiente y pesaba un kilo más. Volví derrotada a mi casa, creyéndome perdedora, sin fuerza de voluntad. Pasé junto al “rey del cuchufli” y, creyéndome sin caso, me compré un paquete de tres, de esos que vienen rellenitos hasta arriba. Mientras crujían en mi boca, me miraba en las vitrinas del camino y, aunque el reflejo era lejano, lograba ver mi celulitis a través del jeans. Pensé que de todas maneras no tenía un motivo real para estar mina, no había perro que me ladrara ni gallo que me pis… cantara. Miré en un paradero la foto de la protagonista de la nueva teleserie y la vi tan linda, tan menudita y pensé que jamás me llamarían porque yo no tenía esa cinturita… entonces me cayó la teja: si a ella, que actúa como el forro, la llaman porque es flaquita, entonces yo también lo seré, yo también seré menudita, yo también seré menudita!! Grite en mi mente. Esa era la motivación que necesitaba, no hombres, no tallas menos de pantalones, sino trabajo, que me llamaran para actuar. Y saqué la conclusión más lógica pero, a su vez, la que más cuesta aceptar: uno engorda porque come. Entonces miré el cuchuflí que me quedaba, miré el basurero del paradero, volví a mirar el cuchuflí… y decidí que, ya que lo tenía en la mano, me lo comería, pero le dediqué una mirada profunda, como un símbolo del fin de las golosinas. Estaba decidida, bajaría de peso a como diera lugar y nada ni nadie lo impediría. Llegué a mi casa como renovada, como si mi vida hubiera dado un giro y me sentí de inmediato algo más delgada. Fui al súper y compré varias escarolas, aceto, atún, pechuguitas y lo mentalicé de inmediato como la base de mi alimentación, por lo menos por un par de días. Y así pasó la tarde del lunes, todo el martes y el miércoles. El jueves me levanté y de inmediato me miré al espejo. Estaba mejor, sin duda. Me sentía más liviana y no con esa caña de comida que una tiene cuando se da panzadas de noche y amanece con tufo a boloñesa. Estaba bien. Sentí un trueno en mi tripa y supuse que sería un pequeño gas producido por el exceso de lechuga, pero me dio lo mismo porque hasta me sentía con buen estado físico, lo que me vino de perilla el jueves en la tarde, cuando me llamó mi agente para contarme que al otro día había un casting para un comercial de nectar, al que estaban llamando sólo a actrices, había que ir con buzo “pero igual anda con uno bonito, onda minita”. Y me sentía mina. Perfecto. Finalmente todo es una cosa de actitud, pensé, así que esta vez yo sería la elegida. Al día siguiente me puse el buzo de raya al lado, ese que es apretadito de poto, pero de pata medio ancha y una polera bonita sobre mi sostén de casting (ese que te aumenta un pelín y te sube), apliqué maquillaje suave, onda sport y partí. Llegué al lugar y, curiosamente no había nadie esperando. Justo detrás de mí llegó otra muchacha con un buzo similar al mío, bajo el cual pude reconocer el ajuste de sus calzones de casting y pensé que yo también debería tener unos así. “¿Dónde hay que inscribirse?” me preguntó la muchacha y estaba a punto de decirle no sé cuando salió el gordito de siempre apuntándole la nariz con el lápiz bic. “Tu nombre” le dijo y ella, decentemente, le indicó que yo había llegado primero. Me agradó el fair play. “Oye, ¿y no hay nadie más esperando?” pregunté. “Es que llamamos a ciertas personas no más, porque el casting lo tienen que hacer con el actor, ya saben, el que es rostro del jugo… sale la que está adentro y sigues tú” y se fue. ¡¿QUÉ?!¡¿CON ÉL?! No lo podía creer, si él era mi sueño desde las tres últimas telenovelas, lindo, sexy y tan encantador… me miré en los espejos de la salita de espera y me subí un poco más las pechugas para aplanarme, además, el vientre y miré por el espejo a la de los calzones que hacía lo suyo con su poto. Me miró y me dijo un ahogado y emocionado “weona que nervio!” al momento que salía desde adentro de la salita contigua la enamorada muchacha que acababa de hacer su casting y que dijo como hipnotizada “dicen que pase la siguiente” Me quedé parada con los ojos abiertos, inmóvil, como weona de puro nervio. La de los calzones de movió y me dijo “tranqui galla, si eríh regia” a lo que respondí un tímido “gracias” y entré. En el umbral de la salita respiré, recordé que ahora era mina y avancé con paso seguro. “Hola, yo soy Lorena, la publicista, te voy a explicar de una carrera lo que tienes que hacer que es bien fácil… bueno, a él ya lo conoces me imagino” Él giró en cámara lenta y se acercó mirándome “Hola, bienvenida”… ¡¡¡WACHITO RICO!!! Quería tirarme arriba de él, decirle que lo amaba y comérmelo, pero en cambio le dediqué un cool “Hola, como estai?” “Bueno –continuó Lorena- aquí hay dos banquitas, cierto?, entonces tú vas a poner los pies en una y las manos en la otra, ya? y tienes que hacer flexiones, te fijai?, ahí es donde llega él y te dice que eres buena deportista, que si te puede acompañar, ya? hacen un par de flexiones los dos, después tú te sientas, te secas la supuesta transpiración, me entendíh? él se sienta a tu lado y te ofrece un refresco… eso no más”. Ya. Miré la banca, me puse en posición, hice una flexión y sentí de inmediato que tenía todo dominado. Puse mi cara de foto y Lorena dijo “acción!”. Hice las primeras flexiones y comencé a oír pequeños truenos en mi estómago, truenos que iban en aumento a medida que aumentaban las flexiones, ay Diosito, ay Diosito por favor que no se me salga nada, decía yo en mi mente sin modificar un músculo de mi cara de foto, maldita lechuga, maldito huevo duro… mierda, va a salir con olor a huevo duro!! “Hola, ¿te puedo acompañar?” y el minazo se acercó y me hizo un cariño en la cara. “Claro…” y se puso en posición de flexión al tiempo que yo sentía como un pequeño gas de desarrollaba en mi vientre. Apreté mi trasero con toda mi disimulada fuerza tratando de evitar una tragedia… pero no hubo caso. El gas se escapó en mi primera flexión junto a la de mi actor favorito. Y con olor a huevo duro. Sentí cómo un color fucsia cubría mi rostro. Tomé fuerzas de flaqueza en una fracción de segundos y, completamente profesional, me senté en la banca, sequé la transpiración de mi frente y dije “¿Me das un refresco?”. Apenas salí de la salita oí un estallido de risas que provenía desde adentro y quise morir. Una vez en la calle me desarmé. Estaba tan avergonzada que quería desaparecer… Maldita dieta… y tenía que ser justo frente a él… y todo quedó grabado! Me senté en el paradero a lamentarme. Ahora sí que la cagué, o sea literal, mi carrera insipiente está destruida, pensé, nunca más me van a llamar si quiera para hacer un casting. Miraba las micros que pasaban a ver si algún número me servía cuando oí “Oye, qué onda tu casting…” Era la de los calzones que se sentaba a mi lado. “Se pasó el gallo, tan mino y tan cerdo!, si cuando entré había un olor asqueroso y el muy caradura decía que él no había sido, obvio que nadie le creyó, la Lorena esa le decía que era último de hediondo y que tú te habías pasado pa profesional porque hasta te había hecho poner roja… se pasó!” No lo podía creer. De pronto como que se abrió el cielo, una luz cayó sobre mí y pude respirar. “A propósito – me estiró la mano- me llamo Camila, ¿y tú?”