Thursday, March 26, 2009

YO ME TROPIEZO Y A VECES ME CAIGO

Yo me tropiezo y a veces me caigo. No sé si es un rasgo de mi personalidad, problemas a la vista, al oído… pero me tropiezo y a veces me caigo. Cuando iba al colegio me dijeron varias veces que era porque calzaba muy poco, porque no es que me tropiece con algo, sino que a veces como que se me acaba el suelo y me pego un trastabillón. Cuando era chica, chica, digamos tres o cuatro años, resultaba hasta simpático: me gustaba hacer shows a mis tíos y amigos de mis papás, entonces, en pleno explota explotamexpó se me enredaban las piernas y al suelo miéchica! ,con lo que los grandes, por supuesto, se paraban de sus asientos de inmediato diciendo “¡pachó!¡chi no pachó naaaaaada!” y me inundaban de fuertes aplausos de apoyo y coreaban la canción mientras mi mamá me recogía y me limpiaba el pelón de rodilla. Pero a medida que fui creciendo, lo tierno tendió a desaparecer y la preocupación de mis padres a aumentar, pues pensaban que de verdad quizás tenía algún problema de audición o algo así. Entonces, como a los 9 ó 10 años, comenzaron las visitas al otorrinolaringologo, las que duraron poco porque después de ciertos exámenes claves y un completo interrogatorio, hicieron el diagnóstico vigente hasta hoy: no miro por donde camino. Tal cual, de lesa no más es que me caigo. Y es que soy floja para calcular qué tan grande debe ser el paso o el espacio que hay para darlo, llego y lo doy no más. Además para qué mirar el suelo si es mucho más interesante lo que hay al frente o arriba… Pero eso no fue lo que pensé el primer día de mi colegio nuevo en sexto básico. Habían tocado la campana hacía unos minutos y yo estaba en mi sala del segundo piso guardando unos libros de castellano y ciencias naturales que acababa de comprar. Cuando salí de la sala me di cuenta de que ya todos estaban formados en el patio del primer piso y la escalera para bajar terminaba justo en el lugar donde el inspector hablaba por micrófono para ordenar a la gente y dar informaciones antes de pasar cada uno a su sala. Y ahí estaba yo, en el primer escalón, en el primer día de clases, en mi colegio nuevo y todo entrando en la edad del pavo. Y no tenía más alternativa que bajar esas escaleras y desembocar frente a todo el colegio formado: sin duda todas las miradas vendrían a mí, era el momento de perder…. o ganar. En un segundo armé mi estrategia: caminaría erguida, con los hombros hacia atrás, pero mi cabeza se inclinaría hacia el suelo para mirar los escalones, porque ni una sonrisa, ni una buena postura, nada serviría si de lesa llego al final de la escalera rodando. Y así lo hice: caminé con tiempo, intercalando mi mirada entre los escalones y el horizonte y, a pesar de que mi concentración no me permitía enfocar a ni uno de los formados, sentía cómo las miradas se fijaban en mí y quién sabe, quizás me admiraban. Quedan siete escalones y sigo concentrada, bien. Quedan tres escalones y ni un trastabillón. Llegué a puerto. Estoy al lado del inspector, todo el colegio me mira y me siento la diva del primer día de clases. Y todo por mirar por dónde camino. Busco con la mirada dónde está formado mi curso para tomar mi lugar en la fila, y apenas lo encuentro me dirijo hacia ellos mirando el suelo por donde voy. Iba en el cuarto o quinto paso cuando el fierro de donde cuelga la campana se me atraviesa y me pego cabezazo más sonoro en la historia del establecimiento. Subo la cabeza y, claro, todo el colegio nuevo me mira. Intento huir rápido, escabullirme entre la gente de mi curso, pero antes de lograrlo el inspector, micrófono en mano, me toma del brazo y antes de decirme nada suena mi voz por los parlantes diciendo “¡choqué!”… No puedo creer que haya dicho eso, si iba tan bien! Apenas me oí tan ñoña, tan no-diva, sentí la necesidad de arreglar lo sucedido, por lo que agregué con mi mejor sonrisa de nerd “¡pero ni me dolió!”, con lo que el colegio, finalmente, estalló en carcajadas y me dedicaron sendas imitaciones de focas. Cuando finalmente llegué a mi fila todos me miraban como bicho raro y oí el “choqué” cada vez que alguien pasaba al lado mío hasta las vacaciones de invierno. Gracias a Dios por las vacaciones de invierno.

1 comment:

C+ said...

Me lo imagine todo desde un punto de vista muy personal, bajar las escaleras y ver al choclon formado era de terror. A todo esto, aprendi una palabra nueva: trastabillón.